The Wesley Center Online: Sermón 61 (2024)

2 Tesalonicenses 2:7

Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad.

1. Sin llegar a preguntarme hasta qué punto estas palabras podrían referirse a un hecho determinado dentro de la iglesia cristiana, me gustaría en esta oportunidad, partiendo de este versículo, reflexionar acerca de una importante pregunta: ¿de qué modo el misterio de la iniquidad ha estado activo entre nosotros hasta el punto de haber cubierto casi toda la tierra

2. Es verdad que Dios hizo al hombre recto,[1] perfecto en santidad y felicidad. Pero al rebelarse éste en contra de Dios, se destruyó a sí mismo, perdió el favor y la imagen de Dios, y se vio envuelto él y toda su posteridad en el pecado y el sufrimiento que éste provoca. Sin embargo, su misericordioso creador no lo abandonó en este estado de desesperanza y desolación. Inmediatamente nombró a su Hijo, su Hijo amado, quien es el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia,[2] para que sea el Salvador de toda persona, la propiciación por nuestros pecados,[3] el gran Médico, quien por medio de su poderoso espíritu curaría el mal en sus almas, y les devolvería no sólo el favor de Dios sino la imagen de Dios en la cual fueron creados.[4]

3. Este gran misterio de la piedad[5] comenzó a actuar desde el mismo momento de la promesa original. De igual manera, el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo,[6] según el designio de Dios, en el mismo momento su Espíritu purificador comenzó a renovar las almas de los seres humanos. Abel es un ejemplo incuestionable de esto cuando alcanzó testimonio de parte de Dios de que era justo.[7] Y a partir de entonces cada vez que compartimos su misma fe también compartimos su misma salvación. No sólo somos devueltos al favor de Dios sino a la imagen de Dios.

4. Pero ¡qué pequeño ha sido este grupo desde los tiempos más remotos! Tan pronto como los hijos de los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, Dios miró desde el cielo y vio que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, tanto que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.[8] Todo siguió sin cambiar hasta que Dios pronunció su terrible sentencia: "Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado".[9]

5. Pero Noé halló gracia ante los ojos del Señor porque era varón justo, perfecto en sus generaciones.[10] Por lo cual Dios lo libró, junto con su esposa, sus hijos y sus respectivas esposas, de la destrucción total. Y uno podría imaginar que este pequeño remanente también sería perfecto en sus generaciones. Pues bien, ¡nada más lejos de la verdad! Poco tiempo después de esta señal de redención, vemos como Cam, uno de los hijos de Noé, cae en pecado y recibe la maldición de su padre. ¡Y cómo continuó actuando el misterio de la iniquidad después de esto! No sólo en la descendencia de Cam, sino también en la de Jafet, y en la de Sem. La única excepción la encontramos en Abraham y su familia.

6. ¡De qué manera obró aun en la descendencia de Abraham, en el pueblo escogido por Dios! ¿Acaso no fueron todos ellos, desde Moisés hasta David, desde Malaquías hasta Herodes el Grande, una generación contumaz y rebelde[11] Fueron una nación pecadora, pueblo cargado de maldad. Continuamente abandonaron al Señor y provocaron a ira al Santo de Israel.[12] Sin embargo, no hay razón para creer que fueran peores que las naciones que los rodeaban, pueblos que vivían inmersos en toda clase de iniquidad y prácticas idolátricas, no tenían a Dios en ninguno de sus pensamientos,[13] sino que cometían con avidez toda clase de impureza.[14]

7. Cuando se hubo cumplido el tiempo, cuando todo tipo de iniquidad, toda impureza e injusticia se habían extendido en todas las naciones y habían inundado toda la tierra, quiso Dios presentar un modelo opuesto por medio de su Primogénito, a quien introdujo en el mundo.[15] Ahora sí, uno podría confiar en que el misterio de la santidad prevalece­ría por completo sobre el misterio de la iniquidad; el Hijo de Dios sería luz para revelación a los gentiles, y gloria de su pueblo Israel.[16] Uno creería que todo Israel, y toda la tierra, pronto se verían llenas de la gloria de Dios.[17] Pero nada de eso ocurrió. El misterio de la iniquidad prevaleció, cubriendo casi toda la superficie de la tierra. ¡Cuán infinitamente pequeño el número de aquellos cuyas almas fueron sanadas por el propio Hijo de Dios! En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número).[18] Pero aun estos habían sido sanados sólo en parte. Poco tiempo atrás Pedro, su líder, se había mostrado tan débil en su fe que todos los demás discípulos si bien no llegaron como él a negar al maestro, todos ellos, dejándole, huyeron.[19] Esto pone en evidencia que el Espíritu Santo aún no había venido porque Jesús no había sido aún glorificado.[20]

8. Aconteció luego, después que subió a lo alto, llevando cautiva la cautividad,[21] que se cumplió la promesa del Padre tal como lo habían oído de él.[22] Fue entonces que comenzó a actuar, mostrando que toda potestad le había sido dada en el cielo y en la tierra.[23] Cuando llegó el día de Pentecostés, de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo.[24] Como consecuencia de esto tres mil almas recibieron la medicina para curar sus dolencias,[25] y recuperaron el favor y la imagen de Dios gracias a la predicación de Pedro. Y el Señor añadía cada día a la iglesia (no "los que habían de ser salvos", que constituye una clara deformación del texto, sino) los que eran salvos.[26] Es una expresión singular, y también el orden de las palabras que se presenta así: "Y el Señor añadía los que eran salvos cada día a la iglesia". Primeramente eran salvos de la culpa y el poder del pecado, luego eran agregados a la asamblea de los creyentes.

9. Para comprobar con toda claridad que ya eran salvos, basta leer los breves relatos que han quedado registrados en la última parte del capítulo dos y en el capítulo cuatro. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.[27] Esto es, recibían enseñanza de los apóstoles a diario, tenían en común todas las cosas, participaban de la cena del Señor y asistían a los servicios religiosos. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.[28] Más adelante agrega: Y la multitud de los que habían creído, que había aumentado notablemente, era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.[29] Más aún: Y abundante gracia era sobre todos ellos, así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.[30]

10. En este punto surge una pregunta: ¿Cómo llegaron a actuar de esta forma, a tener todas las cosas en común, si no se encuentra en el texto ningún mandamiento expreso de que debían hacerlo Ante esto respondo que no había necesidad de mandamiento alguno; el mandamiento estaba escrito en sus corazones. Era la consecuencia lógica y natural del amor que habían alcanzado y disfrutaban. Miren lo que dice: Todos eran de un corazón y un alma; y ninguno decía (no podían hacerlo porque su corazón rebosaba amor) ser suyo propio nada de lo que poseía. Y en cualquier lugar en que prevalezca la causa del amor, éste provocará naturalmente los mismos efectos.

11. He aquí el amanecer del evangelio; he aquí una verdadera iglesia cristiana. Fue entonces cuando nació el sol de justicia en la tierra, trayendo en sus alas salvación[31] Ahora sí él salvó a su pueblo de sus pecados,[32] y sanó toda enfermedad y toda dolencia.[33] No sólo enseñó la religión que es verdadera sanidad del alma,[34] sino que efectivamente la implantó en la tierra. De este modo llenó el alma de todo creyente de justicia, de gratitud hacia Dios y de buena voluntad hacia los demás. Llenó el alma de una paz que sobrepasa todo entendimiento, y con gozo inefable y glorioso.[35]

12. Pero ¡qué pronto el "misterio de la iniquidad" entró nuevamente en acción oscureciendo esa gloriosa perspectiva! Comenzó a obrar (no abiertamente, por supuesto, sino en forma encubierta) en dos cristianos, Ananías y Safira. Ellos vendieron su heredad al igual que el resto, y probablemente por el mismo motivo. Pero luego, dando lugar al Diablo y actuando según la carne y la sangre, retuvieron parte del precio.[36] ¡He aquí los primeros cristianos que desechando la buena conciencia, naufragaron en cuanto a la fe![37] Fueron los primeros que retrocedieron para perdición en lugar de tener fe para preservar su alma.[38] Tomen nota de la primera plaga que infectó a la iglesia cristiana: ¡el amor al dinero! Y no dudo de que continuará siendo la gran plaga para todas las generaciones cada vez que Dios quiera reiniciar su obra. ¡Todo creyente debe estar alerta! Sea que se trate de uno de sus hijos pequeños o de un joven fuerte en la fe.[39] ¡Vean dónde está la trampa! Especialmente sus propias trampas; aquellas a las que estarán expuestos después de haber superado el estado de impureza manifiesta. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, no importa lo que haya llegado a ser en el pasado, el amor del Padre no está en él.[40]

13. Sin embargo, en la iglesia cristiana primitiva se detuvo esta plaga separando inmediatamente a las personas contaminadas. Y fue por esa señal del juicio de Dios para los primeros transgresores que vino gran temor sobre toda la iglesia, de modo que al menos durante ese tiempo nadie se atrevió a seguir su ejemplo. Mientras tanto el número de creyentes, hombres y mujeres llenos de fe y de amor, que se alegraban de tener en común todas las cosas, aumentaba más; gran número así de hombres como de mujeres.[41]

14. Si tratamos de averiguar de qué manera el misterio de la iniquidad, el poder de Satanás, comenzó a actuar nuevamente en la iglesia cristiana, descubriremos que obró de manera diferente, adoptando una modalidad completamente distinta. La discriminación se coló entre los creyentes cristianos. Aquellos encargados de repartir las provisiones hacían diferencia entre las personas, abasteciendo en forma abundante a los de su propia nación en tanto que las viudas que no eran hebreas eran desatendidas en la administración diaria.[42] No se distribuía según la necesidad de cada uno. Esto constituía una abierta trasgresión al amor fraternal por parte de los hebreos, un pecado en contra de la justicia y la misericordia, especialmente teniendo en cuenta que los griegos, igual que los hebreos, habían vendido lo que poseían, y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apósto­les.[43] Esta fue la segunda plaga que irrumpió en la iglesia primitiva: la discriminación de personas, mostrar mucha consideración hacia aquellos que pertenecen a nuestro grupo y muy poca por los demás, aunque sean tan merecedores como nosotros.

15. La contaminación no terminó allí sino que un mal acarreó muchos más. Como consecuencia de la discriminación practicada por los hebreos hubo murmuración de los griegos contra ellos. No sólo abrigaron descontento y malos pensa­mientos, sino que este sentimiento fue naturalmente expresado con palabras, se habló duramente y sin piedad, se criticó y difamó. Y tan pronto brotó alguna raíz de amargura, seguramente muchos fueron contaminados.[44] Aunque los apóstoles encontraron la manera de evitar toda esta murmura­ción, quedaba aún tanta raíz de maldad que Dios consideró necesario utilizar una cura mucho más severa. Soltó el poder del mundo sobre ellos. Tal vez así, sus sufrimientos, la pérdida de sus bienes, el dolor, la prisión y hasta la misma muerte servirían para que él los castigara y enmendara al mismo tiempo. Finalmente la persecución, el último recurso de Dios para un pueblo reincidente, tuvo el efecto deseado: poner fin a la discriminación de los hebreos y a las murmuraciones de los griegos. Entonces las iglesias tenían paz y eran edificadas, cimentadas en el amor a Dios y en el amor que sentían unos por otros. Y así, andando en el temor del Señor, se acrecenta­ban fortalecidas por el Espíritu Santo.[45]

16. Al parecer fue algún tiempo después que el "misterio de la iniquidad" comenzó a obrar nuevamente, esta vez bajo la apariencia del celo. Surgieron graves problemas a partir de quienes celosamente defendían la circuncisión y el resto de la ley mosaica, hasta que los apóstoles y los ancianos tomaron una determinación final para poner fin al mal que se estaba extendiendo: "Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que se abstengan de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación." Sin embargo, no fue posible erradicar por completo este mal sino que continuó presentándose una y otra vez, como lo muestra San Pablo en varios pasajes de sus epístolas, especialmente a los gálatas.

17. Al mismo tiempo y en estrecha relación con esto surgió otro lamentable mal en la iglesia: la falta de tolerancia, y como consecuencia de ello el enojo, las peleas, los conflictos y las discrepancias. En este mismo capítulo encontramos un claro ejemplo cuando Pablo dijo a Bernabé: "Volvamos a visitar a los hermanos en las ciudades en que hemos anunciado la palabra." Y Bernabé quería que llevasen consigo a Juan,[46] porque era su sobrino.[47] Pero a Pablo no le parecía bien llevar consigo a quien antes se había apartado de ellos.[48] Y ciertamente tenía razones para actuar así. Pero Bernabé estaba decidido a salirse con la suya. Kai egéneto paroxysmos "Y hubo tal desacuerdo entre ellos."[49] Según el texto no fue Pablo el que ocasionó el problema. Bernabé, en cambio, tuvo más pasión que razones. Como consecuencia de lo ocurrido, se separó de la obra y regresó a su tierra, mientras que Pablo siguió adelante pasando por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias.[50]

18. La primera sociedad de cristianos en Roma tampoco pudo librarse de esta influencia maligna. Entre ellos también existían quienes causaban divisiones y tropiezos,[51] aunque en términos generales parece que habían andado en el amor.[52] ¡Pero qué rápida y poderosamente obró el misterio de la iniquidad en la iglesia de Corinto! No sólo hubo entre ellos desavenencias[53] y disensiones,[54] animosidad, terribles y amargas disputas, sino que además pecaban abiertamente. Tanto que el apóstol escribió refiriéndose a ellos: "Tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles."[55] Más aún, fue necesario recordarles que ni los adúlteros, ni los ladrones, ni los borrachos heredarán el reino de Dios.[56] En todas las cartas de San Pablo encontramos pruebas abundantes de que la cizaña crecía junto con el trigo en todas las iglesias, y que en todo lugar el "misterio de la iniquidad" obraba en contra del "misterio de la santidad" de mil formas diferentes.

19. Cuando Santiago escribió su epístola, dirigida en forma inmediata a las doce tribus que estaban en la disper­sión,[57] a los judíos conversos, la cizaña sembrada entre el trigo ya había dado abundante cosecha. La gran enfermedad del cristianismo, la fe sin obras,[58] se había extendido a lo largo y a lo ancho. La iglesia estaba llena de la sabiduría de este mundo, terrenal, animal, diabólica,[59] la cual dio lugar no sólo a habladurías y juicios apresurados, sino a los celos, contiendas, perturbación y toda obra perversa.[60] Ciertamente quienquiera que analice con atención los capítulos cuarto y quinto de esta epístola se verá inclinado a creer que en este primer periodo la cizaña prácticamente había ahogado al trigo, y que para la mayoría de los cristianos a quienes Santiago dirigió su carta sólo quedaba, si acaso, una santidad formal.

20. En la misma época San Pedro escribió a los expatriados, los cristianos dispersos en los extensos territorios de las provincias del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia.[61] Probablemente aquí se encontraban algunos de los cristianos más eminentes del mundo en ese momento. Sin embargo, ¡qué lejos estaban aun estos de ser cristianos sin mancha y sin contaminación![62] También aquí era crítico el crecimiento de la cizaña junto con el trigo. Algunos de ellos introducían encubiertamente herejías, y aun negaban al Señor que los había rescatado.[63] Y muchos de ellos, siguiendo la carne, andaban en concupiscencia e inmundicia,. como animales irracionales, nacidos para presa y destrucción. Son inmundicias y manchas, y mientras comen con vosotros (en los ágapes[64] que en ese entonces se celebraban en toda la iglesia) tienen los ojos llenos de adulterio y no se sacian de pecar. Son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre.[65] Y sin embargo, estas mismas personas eran llamadas cristianas, ¡y se encontraban en el seno de la iglesia! Ni siquiera dice el apóstol que estas personas sólo habían contaminado una iglesia en particular, sino que lo presenta como un mal generalizado, que ya en esa época estaba diseminado entre todos los cristianos a quienes él escribía.

21. Tal es la historia real del "misterio de la iniquidad", que obraba aun en las iglesias apostólicas; relato que no fue hecho por judíos o paganos, sino por los propios apóstoles. A esto podemos agregar el testimonio de quien es el Jefe y Fundador de la iglesia, aquel que tiene las siete estrellas en su diestra,[66] el testigo fiel y verdadero.[67] A partir de la situación de las siete iglesias en Asia, fácilmente podemos deducir cuál era el estado general de la iglesia. Una de ellas, la iglesia de Filadelfia sin lugar a dudas, había guardado su palabra, y no había negado su nombre.[68] Asimismo la iglesia de Esmirna se encontraba en situación floreciente. Pero todas las demás estaban corruptas en mayor o menor grado, hasta tal punto que muchas de ellas no estaban ni una pizca mejor que la presente generación de cristianos. En aquel momento nuestro Señor las amenazó con quitarles sus candeleros,[69] algo que cumplió hace ya mucho tiempo.

22. Esta era la situación real de la iglesia cristiana, aun durante el siglo primero, cuando todavía contaban con la presencia y el liderazgo no sólo de Juan sino de la mayoría de los apóstoles. ¡Qué misterio tan grande! ¿Cómo puede Dios, todo gracia y sabiduría, el Todopoderoso, tolerar que esto suceda No hablamos de una sino, hasta donde sabemos, de todas las sociedades cristianas, excepto Esmirna y Filadelfia. ¿Cómo llegaron a ser la excepción ¿Por qué eran menos corruptas (para no ahondar en detalles) que las demás iglesias de Asia Aparentemente porque eran menos adineradas. Los cristianos de Filadelfia no se habían enriquecido[70] como los de Éfeso o Laodicea. Y si los cristianos de Esmirna habían adquirido más riquezas, perdieron todo en la persecución. De modo que estos cristianos, al poseer menos bienes terrenales, retuvieron más de la sencillez y la pureza del evangelio.

23. El relato que presenta la escritura de los antiguos cristianos es absolutamente opuesto a lo que comúnmente creen las personas. Nos hemos sentido inclinados a imaginar que la iglesia primitiva era toda excelencia y perfección. Esta visión corresponde a la poderosa descripción que San Pedro toma de Moisés: Vosotros sois linaje escogido, real sacerdo­cio, nación santa, pueblo adquirido.[71] Y así fue, sin ninguna duda, la primera iglesia cristiana que comenzó el día de Pentecostés. ¡Pero con qué rapidez el buen oro perdió su brillo![72] ¡Con qué rapidez el vino se mezcló con agua![73] No pasó mucho tiempo antes de que el dios de este siglo[74] recuperara hasta tal punto su imperio que, en general, apenas podía distinguirse a los cristianos de los paganos, excepto por sus opiniones y su forma de culto.

24. Si el estado de la iglesia durante el siglo primero era tan malo, no podemos suponer que sería mejor en el segundo. Ciertamente las cosas empeoraron más y más. Tertuliano, uno de los cristianos más eminentes de esa época, nos ha dejado en varios de sus escritos una descripción de lo que ocurría. Por sus relatos sabemos que la religión interior, auténtica, era casi inexistente. Los cristianos eran exactamente iguales a sus vecinos paganos no sólo en cuanto a su naturaleza (el orgullo, la pasión y el amor por las cosas del mundo gobernaban a ambos por igual), sino en su estilo de vida y conducta. Dar testimonio fiel en contra de la corrupción generalizada de los cristianos parece haber sido lo que originó las críticas contra Montano, y contra el propio Tertuliano cuando éste manifestó estar convencido de que Montano estaba en lo cierto. En cuanto a la herejía atribuida a Montano, no es fácil descubrir en qué consistió. Personalmente creo que su gran herejía consistió en sostener que sin santidad, interior y exterior, nadie verá al Señor.[75]

25. Cipriano, obispo de Cartago, un testigo inobjetable desde todo punto de vista, que vivió aproximadamente a mediados del siglo tercero, ha dejado numerosas cartas que contienen extensos y detallados relatos acerca de la situación de la iglesia en aquel tiempo. Al leerlas uno se sentiría inclinado a pensar que estaba leyendo una descripción del presente siglo. La generalidad de los laicos y de los clérigos desconocían hasta tal punto la religión verdadera, y estaban tan inmersos en la ambición, la envidia, la codicia, el lujo y toda clase de vicios, que los cristianos de África de aquel entonces eran exactamente iguales a los cristianos de Inglaterra en el presente.

26. Es cierto que durante toda esta etapa, durante los tres primeros siglos, hubo períodos más cortos o más breves en que el verdadero cristianismo revivió. En esos períodos la justicia y la misericordia de Dios no impidieron que los paganos persiguieran a los cristianos y muchos de ellos debieron resistir hasta la muerte. Y la sangre de los mártires fue la simiente de la iglesia. Se recuperó el espíritu apostólico, y había muchos que no estimaban preciosa su vida para sí mismos, con tal que acabaran la carrera con gozo.[76] Muchos otros se vieron reducidos a una pobreza feliz, y habiendo sido despojados de las cosas que tanto habían amado, recordaron de dónde habían caído, y se arrepintieron e hicieron las primeras obras.[77]

27. La persecución nunca logró herir de manera definitiva al cristianismo auténtico. La herida más grave que jamás recibió fue el tremendo golpe que le asestaron en la misma raíz de la religión verdadera, atacando ese amor sencillo, afable y paciente que es a la vez consumación y esencia de la ley cristiana. Y ese golpe le fue asestado por Constantino el Grande, cuando se llamó a sí mismo cristiano, y volcó un mar de riquezas, de honor y de poder sobre los cristianos, particularmente sobre los clérigos. Entonces se cumplió en la iglesia cristiana lo que Salusto dice de la gente de Roma: Sublata imperii aemula, non sensim sed praecipiti cursu, a virtutibus descitum, ad vitia transcursum. De igual manera, una vez que desapareció el temor de la persecución, y la riqueza y el honor estuvieron al servicio de la profesión cristiana, los cristianos ya no se hundieron gradualmente, sino que se precipitaron de lleno hacia toda suerte de vicios. A partir de ese momento el misterio de la iniquidad no estuvo más oculto, sino que se manifestó abiertamente a la luz del día. Fue entonces que la edad de hierro, no de oro, de la iglesia comenzó. Podríamos decir acertadamente que:

Protinus irrupit venae peioris in aevum

Omne nefas; fugere pudor, verumque fidesque;

In quorum subiere locum fraudesque, dolusque,

Insidiaeque, et vis, et amor sceleratus habendi.

En esa era desdichada de inmediato surgieron

toda clase de maldad y pecados mortales.

La verdad, la modestia y el amor huyeron;

el poder y la sed de oro se adjudicaron dominio

universal.

28. ¡Y este es el acontecimiento que la mayoría de los expositores cristianos mencionan como un gran triunfo! Sí, algunos de ellos creen que a esto se refería el Apocalipsis cuando dice: "Vi la nueva Jerusalén descender del cielo".[78] Más bien deberíamos decir que fue la venida de Satanás y todas sus legiones desde las profundidades del abismo. Vemos que a partir de ese momento él estableció su trono en toda la tierra, y reinó por igual en el mundo cristiano y en el pagano, práctica­mente sin restricción alguna. Por cierto los historiadores nos cuentan solemnemente acerca de las naciones que en todo siglo fueron convertidas al cristianismo por tal y cual persona (¡santos, sin duda!). Pero estos conversos continuaban practicando toda clase de abominación, exactamente igual que antes de convertirse. No se diferenciaban por su naturaleza o forma de vida de las naciones que todavía se llamaban paganas. Así fue la lamentable condición de la iglesia cristiana desde el tiempo de Constantino hasta la Reforma. No existía una nación o una ciudad cristiana (según el modelo de las escrituras) en lugar alguno. Por el contrario, toda ciudad y nación, con excepción de unos pocos individuos, estaba entregada a toda clase de maldad.

29. ¿Hubo algún cambio desde la época de la Reforma ¿Acaso el "misterio de la iniquidad" ha dejado de actuar en la iglesia No, en absoluto. Si nos referimos a la Reforma, ésta no se ha extendido ni a un tercio de la iglesia occidental. Esto significa que dos tercios permanecen en igual situación a la que estaban, y otro tanto ocurre con las iglesias del este, sur y norte. Están tan cargadas de abominaciones paganas, o peores que paganas, como lo habían estado antes. ¿Y cuál es la situación de las iglesias reformadas Es verdad que la reforma cambió su forma de pensar al igual que sus formas de culto. ¿Pero acaso su cambio no se limitó tan sólo a esto ¿O acaso reformaron su naturaleza o sus vidas En modo alguno. Ciertamente muchos de los reformadores se quejaron de que la Reforma no fue llevada hasta las últimas consecuencias. ¿Qué querían decir con esto Simplemente que la reforma de los ritos y ceremonias de la iglesia no había sido lo bastante profunda. ¡Insensatos y ciegos![79] ¡Sólo prestan atención a las cuestiones circunstanciales de la religión! Debieran haberse quejado de que no se llevara hasta las últimas consecuencias lo que hace a la esencia de la religión. Debieran haber insistido con vehemencia para que se diera un cambio total en la naturaleza y forma de vida de las personas; insistir para que mostraran que tenían el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús,[80] andando como él anduvo.[81] Sin esto, la reforma de las opiniones, de los ritos y ceremonias se convierte en algo exquisitamente superficial. Quien así lo desee, puede indagar cuál es el estado actual del cristianismo en las regiones reformadas de Suiza, en Alemania o Francia, en Suecia, Dinamarca, Holanda, en Gran Bretaña e Irlanda. ¡Estos cristianos reformados apenas llegan a ser mejores que las naciones paganas! ¿Acaso poseen un mayor grado (no mencionaré la comunión con Dios, aunque evidentemente sin ella no hay cristianismo) de justicia, misericordia, o verdad que los habitantes de China o Indostán ¡No, no es así! ¡Debemos reconocer con pena y vergüenza que estamos mucho peor que ellos!

Nosotros, que tu nombre llevamos,

sobrepasamos en pecados a los paganos

que no han sido bautizados.[82]

30. ¿No es esta la "separación" o "apostasía" que predijo San Pablo en su segunda epístola a los Tesalonicen­ses[83] Por cierto no me atrevería a decir con George Fox que esta apostasía es universal, que nunca hubo verdaderos cristianos en el mundo desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy. Pero sí podemos decir sin titubeos que dondequiera se extendió el cristianismo, también se extendió la apostasía. Tanto es así, que aunque existan en el presente, y siempre hayan existido, personas que son verdaderos cristianos, nunca pudo verse en el mundo, ni podemos verlo hoy, una ciudad o una nación cristiana.

31. A toda persona reflexiva que cree que las escrituras son palabra de Dios, me gustaría preguntarle si no cree que esta apostasía general no conlleva la necesidad de una reforma general. Si no aceptamos esto, ¿cómo podemos justificar la sabiduría o la bondad de Dios Según la escritura la religión cristiana estaba destinada a ser sanidad de las naciones,[84] para salvar del pecado mediante el Segundo Adán a todos aquellos que fueron hechos pecadores por el primero. Pero no está cumpliendo con su objetivo. Nunca lo hizo, a no ser por un breve período en Jerusalén. Ahora bien, aunque no lo ha hecho no podemos menos que decir que seguramente lo hará. Llegará el día que no sólo todo Israel será salvo,[85] sino que llegará la plenitud de los gentiles.[86] Se acerca el tiempo cuando nunca más se oirá en la tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en ningún territorio, sino que cada ciudad llamará a sus muros "salvación" y a sus puertas "alabanza". Dijo el Señor: "Cuando todo el pueblo sea justo, para siempre heredarán la tierra, los renuevos de mi plantío, la obra de mis manos, para glorificarme."[87]

32. De lo expresado anteriormente podemos obtener la respuesta a una de las grandes objeciones que los infieles hacen al cristianismo, a saber, la forma de vida de los cristianos. Ustedes dicen "de los cristianos", pero yo dudo de que hayan conocido un cristiano en toda su vida. Cuando Tomo Chachi, el jefe indio, respondió a quienes le hablaron de ser cristiano: "¡Cómo! Así que son cristianos los que están en Savannah! ¡Así que son cristianos los que están en Frederica!" La respuesta correcta hubiera sido: "No, no lo son; no son más cristianos que tú y Sinauky." ¿Y no son cristianos los que están en Canterbury, en Londres, en Westminster No, no son más cristianos que lo que son ángeles. Nadie es cristiano excepto aquellos que tienen el mismo sentir que hubo en cristo Jesús, y que andan como él anduvo. Alguien muy sabio dijo: "Bueno, si así es un cristiano, aún no he visto ninguno." Y yo le creo, seguro que nunca vio uno. Y tal vez nunca llegue a verlo, ya que los tales no se encuentran entre los famosos y felices del mundo. Los pocos cristianos que hay en esta tierra sólo se ven allí donde ustedes nunca los buscan. Por tanto, nunca antes fue tan imperiosa esta advertencia: nunca atribuyan al cristianismo la vida o la forma de comportarse de los paganos. Aunque se llamen cristianos, el nombre no implica la condición; están tan lejos de serlo como el cielo está del infierno.

33. De esto podemos deducir, en segundo lugar, hasta dónde llegó la caída, la sorprendente extensión de la corrupción original. ¡Cómo! ¿Entre tantos miles, tantos millones, no hay justo ni aun uno[88] Por naturaleza, no lo hay. Pero por la gracia de Dios no diré como el poeta pagano:

Rari quippe boni: numera, vix sunt totidem quot

Thebarum portae vel divitis ostia Nili.[89]

Sintiendo que había ido demasiado lejos cuando supuso que había cien hombres buenos en el Imperio Romano, vuelve en sí y afirma que existen sólo siete. Aunque seguramente no era así, ¡habría por lo menos siete mil! Otro tanto ocurrió con aquella pequeña nación donde Eliseo pensó que no encontraría ninguna persona justa y resultó que había muchísimas. Pero, admitiendo que existen unas pocas excepciones, podemos decir con propiedad que el mundo entero está bajo el maligno.[90] Sí, todo el mundo pagano, sin duda, y también el (así llamado) cristiano, porque a excepción de ciertas señales exteriores, ¿qué los diferencia Véanlo con sus propios ojos. Observen lo que ocurre en la India, ese enorme país. Allí viven cristianos y paganos. ¿Quiénes tienen mayor justicia, misericordia y verdad: los cristianos o los paganos ¿Quiénes son más corruptos, terribles y diabólicos en su manera de ser y en sus prácticas: los ingleses o los indios ¿Quiénes han devastado naciones enteras y han atiborrado los ríos de cadáveres

¡Oh sagrado nombre de los cristianos! ¡Cómo ha sido profanado!

¡Tierra, tierra, tierra![91] ¡Cómo sufres a causa de la maldad de los cristianos que te habitan!

34. De lo expuesto anteriormente podemos deducir, en tercer lugar, hacia dónde nos conducen las riquezas. ¡Qué influencia perniciosa han ejercido sobre la religión pura y sin mancha en todas las edades! No es que el dinero sea malo en sí mismo. Puede estar al servicio de propósitos buenos o malos por igual. Pero es una verdad incuestionable que el amor al dinero es la raíz de todos los males,[92] y que el poseer riqueza naturalmente hace crecer nuestro amor por ellas. Así lo expresa un antiguo dicho: Crescit amor nummi, quantum ipsa pecunia crescit.[93] "Tanto como crece nuestra riqueza, crece nuestro amor por ella", y siempre será así si no obra el milagro de la gracia. Aunque probablemente haya otras causas concurrentes, esta ha sido la causa principal de corrupción de la religión auténtica en todas las edades. En cualquier lugar del mundo los cristianos se mantuvieron fieles a Dios mientras fueron pobres. Cuando tenían muy pocas cosas terrenales, no amaban el mundo, pero cuántas más cosas tuvieron mayor fue su amor por ellas. Esto impulsó a aquel que tanto ama sus almas a dejar en libertad de acción a sus perseguidores, quienes al devolverlos nuevamente a su pobreza original, también los devolvieron a su pureza original. Nunca lo olvides: en todos los tiempos la riqueza ha sido una maldición para el cristianismo auténtico.

35. Una cuarta enseñanza que podemos extraer de todo esto se refiere al constante estado de alerta en que deben vivir quienes deseen ser verdaderos cristianos, teniendo en cuenta en ¡qué condiciones se encuentra nuestro mundo hoy! Ojalá que ellos no puedan decir:

Fui enviado a un mundo de malvados;

camino en tierra hostil

rodeado de lobos rapaces,

veo al ser humano arrojarse sobre su presa como oso

salvaje.

Su peligrosidad radica en que, generalmente, no se presentan como lobos, sino que vienen vestidos de ovejas.[94] Aun aquellos que no dicen ser religiosos pueden manifestarnos su buena voluntad, su disposición para servirnos y tal vez su consagra­ción a la verdad y la honestidad. Pero cuídense de tomar en serio sus palabras. No confíen en ninguna persona que no tema a Dios. He aquí una gran verdad:

Quien no teme a Dios, no puede amar a los amigos.[95]

Por lo tanto, sean precavidos con cualquier persona que no busque sinceramente la salvación de su alma. Es necesario que guardemos nuestra boca con freno en tanto que los impíos estén delante de nosotros.[96] Sus conversaciones, el espíritu que los mueve, resultan contagiosos y nos toma por sorpresa, sin que nos demos cuenta de lo que ocurre. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios,[97] porque así se librará de tomar parte en los pecados de otros hombres. ¡Consérvense puros![98] ¡Velad y orad, para que no entréis en tentación![99]

36. Por último, todo esto puede enseñarnos cuánta gratitud deben sentir aquellos que han logrado librarse de la corrupción que reina en el mundo, aquellos a quienes Dios ha escogido para que sean santos y sin mancha. Porque ¿quién te distingue ¿O qué tienes que no hayas recibido[100] ¿No es Dios, y sólo él, el que en vosotros produce el querer como el hacer, por su buena voluntad[101]Díganlo los redimidos del Señor, los que ha redimido del poder del enemigo.[102] Alabemos al Señor porque gracias a él, aunque vemos la terrible condición de todos cuantos nos rodean y la maldad que sobreabunda en la tierra, no somos arrastrados por la corriente.

Vemos la corrupción generalizada, que alcanza casi nivel universal. Sin embargo, no puede llegar a nosotros ni lastimamos. ¡Demos gracias a quien nos libró, y nos libra, de tan grande muerte![103] Y motivos de gratitud mayores aún tenemos, porque Dios nos ha dado el poder del consuelo y la bendición de la esperanza de saber que está cerca el tiempo cuando la justicia reinará en el mundo tal como lo hace ahora la injusticia. Aunque sabemos que toda la creación gime a una[104] bajo el pecado de los seres humanos, nuestro consuelo es que no gemirá por siempre: Dios levantará y sostendrá su propia causa. Y entonces toda la creación será redimida de la corrupción moral y natural. Ya no existirá el pecado ni el sufrimiento que provoca; la santidad y la felicidad cubrirán la tierra. Todos los términos de la tierra verán la salvación de nuestro Dios.[105] ¡Y toda la humanidad conocerá, amará y servirá a Dios, y reinará con él para siempre!

[1] Ec. 7.29.

[2] He. 1.3.

[3] 1 Jn. 2.2.

[4] Ver Col. 3.10.

[5] 1 Ti. 3.16.

[6] Ap. 13.8.

[7] He. 11.4.

[8] Gn. 6.1-5.

[9] Gn. 6.7.

[10] Gn. 6.8-9.

[11] Sal. 78.8.

[12] Is 1.4.

[13] Sal. 10.4.

[14] Ef. 4.19.

[15] He. 1.6.

[16] Lc. 2.32; cf Jer. 3.23.

[17] Nm. 14.21.

[18] Hch. 1.15.

[19] Mr. 14.50.

[20] Jn. 7.39.

[21] Ef 4.8.

[22] Hch. 1.4.

[23] Mt. 28.18.

[24] Hch. 2.1-4.

[25] Sal. 147.3.

[26] Hch. 2.47.

[27] Hch. 2.42.

[28] Hch 2.44-45.

[29] Hch. 4.32.

[30] Hch. 4.33-35.

[31] Mal. 4.2.

[32] Mt. 1.21.

[33] Mt. 9.35.

[34] Sal. 41.4.

[35] 1 P. 1.8.

[36] Ver Hch. 5.2.

[37] 1 Ti. 1.19.

[38] He. 10.39.

[39] 1 Jn. 2.12-14.

[40] 1 Jn. 2.15.

[41] Hch 5.14.

[42] Hch. 6.1.

[43] Hch. 4.34-3 5.

[44] He. 12.15.

[45] Hch. 9.31.

[46] Hch. 15.36-37.

[47] Col. 4.10.

[48] Hch. 15.38.

[49] Hch. 15.39.

[50] Hch. 15.41.

[51] Ro. 16.17.

[52] Ef. 5.2.

[53] 1 Co. 12.25.

[54] 1 Co. 11.19.

[55] 1 Co. 5.1.

[56] 1 Co. 6.9-10.

[57] Stg. 1.1.

[58] Ver Stg. 2.26.

[59] Stg. 3.15.

[60] Stg. 3.16.

[61] 1 P. 1.1.

[62] 1 P. 1.19.

[63] 2 P. 2.1.

[64] Jud. 12.

[65] 2 P. 2.10, 12, 14, 17.

[66] Ap. 2.1.

[67] Ap. 3.14.

[68] Ap 3.8.

[69] Ap 2.5.

[70] Ap. 3.17.

[71] 1 P. 2.9.

[72] Lm. 4.1.

[73] Is. 1.22.

[74] 2 Co. 4.4.

[75] He. 12.14.

[76] Hch 20.24.

[77] Ap. 2.5.

[78] Ap. 21.2.

[79] Mt. 23.17, 19.

[80] Fil. 2.5.

[81] 1 Jn. 2.6.

[82] Juan y Carlos Wesley, Himnos sobre la Cena del Señor (1745).

[83] 2 Ts.2.3.

[84] Ap. 22.2.

[85] Ro. 11.26.

[86] Ro. 11.25.

[87] Is. 60.18, 21.

[88] Ro. 3.10.

[89] Juvenal, Sátiras, xiii. "Los hombres buenos son escasos; su número apenas supera el de los pórticos de Tebas o de las desembocaduras del delta del Nilo." (Es decir, siete.)

[90] 1 Jn. 5.19.

[91] Jer. 22.29.

[92] 1 Ti. 6.10.

[93] Juvenal, Sátiras, xiv. 139.

[94] Mt. 7.15.

[95] Cita de Torcuato Tasso.

[96] Sal. 39.1.

[97] Pr. 28.14.

[98] 1 Ti. 5.22.

[99] Mt. 26.41.

[100] 1 Co. 4.7.

[101] Fil. 2.13.

[102] Sal. 107.2.

[103] 2 Co. 1.10.

[104] Ro. 8.22.

[105] Sal. 98.3.

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